lunes, 13 de octubre de 2014

Para ti, que me pediste mis palabras

Me pidió que volviese a escribir, que le regalase mis palabras una vez más.
“Solo sé escribir cuando estoy triste”, respondí.
Pero me hizo prometer que escribiría, aun con todo, aun sabiendo que con él al lado no podía sentir tristeza y que mi musa en esos tiempos dormía en un rincón del bosque.

Pensé en sus manos, los ojos, la sonrisa y todas aquellas cosas que en mí habían hecho mella y en mi jardín de la alegría habían plantado las semillas. Pero las palabras en mi mente habían cogido vacaciones. La tinta de mi escritura era blanca sobre el folio.
¿Dónde te has marchado, pentagrama de palabras?

Silencio…
Silencio…

Los días se hacen más cortos. Ha llegado el otoño, y con él vino de su mano la tormenta. Llegó el viento y trajo con él de compañero al dolor ya olvidado, mi viejo amigo. Y con este último… ¡sorpresa! Las palabras, cantarinas, aunque melancólicas, vinieron girando en torno a mí, como un torbellino que arrasa a cada paso que da. Lloraron las nubes y la tinta se volvió negra en mis folios, porque entre aquel vendaval de palabras, pensé de nuevo en sus manos, sus ojos y todo aquello que él lleva consigo.

Y así, volví a escribir como hace tanto, tanto tiempo.
Yo, con una media sonrisa. Te lo dije: “Solo sé escribir cuando estoy triste”.

domingo, 12 de octubre de 2014

Por siempre, la chica de Tirso

Como en la canción, ella era la chica de Tirso. Siempre en ella habría un hueco para la tristeza, la más asidua inquilina de su corazón. Incluso cuando olvidaba que ella era esa chica, algo siempre acababa recordándoselo.

Si fuera un piano, solo conseguiría arrancarle notas musicales que lloran al entrar en contacto con el aire. Ella era esa gota de lluvia, con origen conocido y destino incierto.
- ¿Dónde vas, chica de Tirso? Sigues caminando por las mismas sendas, volviendo a los mismos bosques, cruzando el mismo río una y otra vez. ¿Dónde vas, chica triste? Te has perdido contando las estrellas, hablando con Antares, y con Pólux y Cástor mucho antes. ¿Y ahora quieres que Aldebarán te escuche? ¿Dónde vas, si ya estás perdida? ¿Dónde vas, corazón roto? ¿Dónde vas, pequeña flor moribunda?
-Allá donde las luces aun brillan, donde amanece entre los tulipanes, donde la esperanza aun no ha muerto, donde los sueños aun esperan, donde están las rosas sin espinas, los violines sin cuerdas rotas, donde la lluvia trae vida. Siempre, siempre estaré buscando el camino para llegar.
-¿Seguirás buscando, a pesar de quien eres?
-Seguiré.
-Camina, bailarina del desierto. Pero recuerda: siempre serás la chica de Tirso. 


("La chica de Tirso" es una canción del grupo español Pereza, que me ha gustado desde hace muchos años y que ahora me ha servido para inspirarme a escribir esto. Siempre será una canción muy especial para mi persona. Merece mucho la pena; no dejéis de escucharla).

domingo, 18 de mayo de 2014

Las llaves del cielo

En mi mano tenía las llaves del cielo, a punto estuve de introducirlas en la cerradura y dar el paso que me llevase al edén. En mi mano estaban, pero me las robaron. Frente a aquella verja me quedé parada. En mi mano estaban y ya no las tenía…
Anduve por los desiertos. Acaricié con mis dedos la arena de las playas por las que pasé en mi viaje. Sentí la frescura de la hierba de los campos en cada pisada. El frío me quemó hasta el alma colándose poco a poco en mi cuerpo cuando exploré los glaciares. Tanta búsqueda, tanto cuidado en encontrar aquellas llaves. ¿Dónde estás, ladrón?
Pasó el tiempo… Pasó el tiempo, siempre tan traicionero, siempre tan serio, tan áspero al hablar conmigo. Se apagaron los rayos de sol, el calor se escondió tras las montañas, cayeron las hojas de los árboles al llegar el otoño y vi al verde metamorfearse en tonos muertos. Todos ellos –rayos, calor, hojas– me miraban al pasar. Me dijeron: “tú no conoces el cielo”. Estaban en lo cierto.
¿Dónde estás, ladrón?
Pasó el tiempo...


Pasó el tiempo. La esperanza ya perdida. ¿El ladrón? Quién sabe… Yo solo sabía que el tiempo había pasado, la esperanza se había ido y el ladrón estaba desaparecido. No así la justicia, no así la luz, no así la paz. Ellas me encontraron. Ellas me sonrieron. Ellas me tendieron la mano. Ellas me miraron y me dijeron: “tú no conoces el cielo, pero él espera por ti”. Y ellas, en su infinita bondad y su genuino altruismo, me dieron las llaves que tanto busqué. Al fin. 

sábado, 22 de marzo de 2014

La tentación

La tentación no tenía forma de manzana ni de caja, como la de Pandora. La tentación tenía los ojos verdes, la lengua perversa e hipnotizante, y las palabras, cargadas de bellos sueños y fantasías, listas para convertirse en picas de lanza.

La tentación era dulce y encantadora cuando hablaba. Era hiriente e insensible cuando sus actos rozaban la piel. La tentación tenía los ojos verdes.

La tentación acercaba su mano amiga (decía) y, al coger otra mano, se dirigía directa al pozo donde las ilusiones se ahogan. La tentación tenía los ojos verdes.

La tentación tenía los ojos verdes y, en ellos, las puertas del infierno.

lunes, 17 de marzo de 2014

La melodía

Quiero oírlo otra vez, aquel bello sonido. Quiero ver las cuerdas del arpa moviéndose entre los dedos del músico, acariciadas por el tacto de quien logra rescatar del silencio las más hermosas notas.

Y tiemblo como cada una de esas cuerdas porque siento que la melodía me hará descender de nuevo al infierno, pagando voluntariamente a Caronte para que me lleve hasta las profundidades más oscuras.


Y mientras, en otras profundidades –las mías propias–, una voz susurra, susurra, susurra… Una voz que me dice que en verdad yo siempre quise quemarme en el fuego del infierno.

miércoles, 12 de marzo de 2014

El jardín

¿Cómo amar a la rosa sin tener que lidiar con las espinas?

Grande la tentación, dulce la cercanía, doloroso el tacto. Regusto amargo del que besa a la belleza y se corta los labios.
¿Cómo adentrarse en el jardín sabiendo ya que no es posible salir sin heridas? ¿Cómo amar a la rosa sin recibir la caricia de los espinos?


En el jardín del olvido los recuerdos callan y la razón duerme.

lunes, 10 de marzo de 2014

La tela de la plenitud

Sostenía una tela, la tela que contenía todos los sentimientos y las emociones que hacen al ser humano pleno, que lo llenan por dentro y lo hacen feliz. Era la tela de la confianza, de la ilusión, de la amistad, del amor, de la alegría, de los sueños cumplidos.

Sostenía una tela. Parecía fuerte como el hierro. Parecía irrompible. Y olvidó que el material del que se compone no es así; vivía en un espejismo, bajo el engaño del que cree que puede caminar sobre el agua o danzar sobre el aire.

Y así, bajo la sombra de aquella confusión, la tela soportó el peso de la mentira y fue cortada por el filo de la traición.


Se rompió. Se rompió para no recomponerse.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Palabras de madrugada

Ni siquiera tenía una fotografía, una imagen, que le recordara que él en verdad existía. ¿Existía? Quién sabe… Tal vez solo fuera una imagen que dibujó el viento de primavera. Una imagen que fue derritiendo el abrasador verano. Una imagen que acabó esparcida por las manos del otoño. Y finalmente, con sus restos lejanos de su esencia original, separados por las finas agujas del olvido y el hastío, sucumbió a los helados dedos del invierno, quien acabó con la ínfima parte de lo que alguna vez hubo (¿lo hubo?).


Se les olvidó que eran...
o que tal vez no eran.
Porque la nada, en su caso,
ya era más que algo.

martes, 7 de agosto de 2012

El precio más caro a pagar


“El tiempo es algo valioso”, “el tiempo es oro”, “no pierdas el tiempo”. Son expresiones populares muy conocidas sobre la necesidad de aprovechar bien el tiempo del que disponemos. ¿Quién duda de su valor?
El tiempo es efímero. Se cuenta en horas, minutos y segundos, pero su valor es incalculable. A veces pasa lento, como si alguien hubiese parado el reloj; otras, pasa tan rápido que lo perdemos a la misma velocidad en la que se va un suspiro. 

¿Cuántas veces habremos perdido el tiempo? ¿Cuántas lo habremos pasado mirando al infinito o gastándolo en cosas inútiles? ¿Cuántas veces nos habrán aconsejado que aprovechemos el tiempo y que no lo perdamos? Cientos, miles de veces. Y aun así seguimos sin hacer caso, sin apreciar el valor de ese tiempo…
¿Pero quién mide su valor? ¿Quién puede decir “el tiempo vale esto o esto otro”? ¿Acaso hay alguien que lo sepa o alguien que lo pueda pagar? No, realmente no. El tiempo no se detiene, no hay hechizos mágicos para ello, y tampoco esos inventos contemporáneos para “camuflar el paso del tiempo” sirven para nada. Nada, nada nos lo puede devolver. Ya lo dijeron siglos atrás otros mucho más capaces: tempus fugit; carpe diem (expresión que, por otra parte, me hace recordar este fragmento de El club de los poetas muertos).

Y no, el tiempo no se puede comprar. Tampoco se puede vivir otra vez lo que ya hemos vivido. Y es por todo esto que creo que el tiempo es el precio más caro que vamos a tener que pagar en la vida. Porque el tiempo tiene un valor incalculable; porque hay que aprovecharlo; porque hay que vivir cada minuto al máximo; porque hay que vivir… vivir, simplemente eso.

domingo, 15 de julio de 2012

El aroma de una noche de verano


Era de noche.

Los chopos respiraban en el jardín. Su aliento flotaba por cada rincón de la calle, entre otros árboles, entre los edificios, sobre los tejados.
El aliento de los chopos llevaba consigo un aroma especial. Era un aroma distinto,  fresco, en el que toda la esencia de una madrugada como aquella iba impregnada.

Aquella noche el viento vino a saludar mientras que allá, lejos en el cielo, Venus y Júpiter lanzaban un guiño a la Tierra a la par que daban la mano a la luna.