Quiero oírlo otra vez, aquel bello
sonido. Quiero ver las cuerdas del arpa moviéndose entre los dedos del músico,
acariciadas por el tacto de quien logra rescatar del silencio las más hermosas
notas.
Y tiemblo como cada una de esas
cuerdas porque siento que la melodía me hará descender de nuevo al infierno,
pagando voluntariamente a Caronte para que me lleve hasta las profundidades más
oscuras.
Y mientras, en otras profundidades –las
mías propias–, una voz susurra, susurra, susurra… Una voz que me dice que en
verdad yo siempre quise quemarme en el fuego del infierno.
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