domingo, 18 de mayo de 2014

Las llaves del cielo

En mi mano tenía las llaves del cielo, a punto estuve de introducirlas en la cerradura y dar el paso que me llevase al edén. En mi mano estaban, pero me las robaron. Frente a aquella verja me quedé parada. En mi mano estaban y ya no las tenía…
Anduve por los desiertos. Acaricié con mis dedos la arena de las playas por las que pasé en mi viaje. Sentí la frescura de la hierba de los campos en cada pisada. El frío me quemó hasta el alma colándose poco a poco en mi cuerpo cuando exploré los glaciares. Tanta búsqueda, tanto cuidado en encontrar aquellas llaves. ¿Dónde estás, ladrón?
Pasó el tiempo… Pasó el tiempo, siempre tan traicionero, siempre tan serio, tan áspero al hablar conmigo. Se apagaron los rayos de sol, el calor se escondió tras las montañas, cayeron las hojas de los árboles al llegar el otoño y vi al verde metamorfearse en tonos muertos. Todos ellos –rayos, calor, hojas– me miraban al pasar. Me dijeron: “tú no conoces el cielo”. Estaban en lo cierto.
¿Dónde estás, ladrón?
Pasó el tiempo...


Pasó el tiempo. La esperanza ya perdida. ¿El ladrón? Quién sabe… Yo solo sabía que el tiempo había pasado, la esperanza se había ido y el ladrón estaba desaparecido. No así la justicia, no así la luz, no así la paz. Ellas me encontraron. Ellas me sonrieron. Ellas me tendieron la mano. Ellas me miraron y me dijeron: “tú no conoces el cielo, pero él espera por ti”. Y ellas, en su infinita bondad y su genuino altruismo, me dieron las llaves que tanto busqué. Al fin.