lunes, 13 de octubre de 2014

Para ti, que me pediste mis palabras

Me pidió que volviese a escribir, que le regalase mis palabras una vez más.
“Solo sé escribir cuando estoy triste”, respondí.
Pero me hizo prometer que escribiría, aun con todo, aun sabiendo que con él al lado no podía sentir tristeza y que mi musa en esos tiempos dormía en un rincón del bosque.

Pensé en sus manos, los ojos, la sonrisa y todas aquellas cosas que en mí habían hecho mella y en mi jardín de la alegría habían plantado las semillas. Pero las palabras en mi mente habían cogido vacaciones. La tinta de mi escritura era blanca sobre el folio.
¿Dónde te has marchado, pentagrama de palabras?

Silencio…
Silencio…

Los días se hacen más cortos. Ha llegado el otoño, y con él vino de su mano la tormenta. Llegó el viento y trajo con él de compañero al dolor ya olvidado, mi viejo amigo. Y con este último… ¡sorpresa! Las palabras, cantarinas, aunque melancólicas, vinieron girando en torno a mí, como un torbellino que arrasa a cada paso que da. Lloraron las nubes y la tinta se volvió negra en mis folios, porque entre aquel vendaval de palabras, pensé de nuevo en sus manos, sus ojos y todo aquello que él lleva consigo.

Y así, volví a escribir como hace tanto, tanto tiempo.
Yo, con una media sonrisa. Te lo dije: “Solo sé escribir cuando estoy triste”.

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