Era de noche.
Los chopos respiraban en el jardín. Su aliento
flotaba por cada rincón de la calle, entre otros árboles, entre los edificios,
sobre los tejados.
El aliento de los chopos llevaba consigo un aroma
especial. Era un aroma distinto, fresco,
en el que toda la esencia de una madrugada como aquella iba impregnada.
Aquella noche el viento vino a saludar mientras que
allá, lejos en el cielo, Venus y Júpiter lanzaban un guiño a la Tierra a la par
que daban la mano a la luna.
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