martes, 7 de agosto de 2012

El precio más caro a pagar


“El tiempo es algo valioso”, “el tiempo es oro”, “no pierdas el tiempo”. Son expresiones populares muy conocidas sobre la necesidad de aprovechar bien el tiempo del que disponemos. ¿Quién duda de su valor?
El tiempo es efímero. Se cuenta en horas, minutos y segundos, pero su valor es incalculable. A veces pasa lento, como si alguien hubiese parado el reloj; otras, pasa tan rápido que lo perdemos a la misma velocidad en la que se va un suspiro. 

¿Cuántas veces habremos perdido el tiempo? ¿Cuántas lo habremos pasado mirando al infinito o gastándolo en cosas inútiles? ¿Cuántas veces nos habrán aconsejado que aprovechemos el tiempo y que no lo perdamos? Cientos, miles de veces. Y aun así seguimos sin hacer caso, sin apreciar el valor de ese tiempo…
¿Pero quién mide su valor? ¿Quién puede decir “el tiempo vale esto o esto otro”? ¿Acaso hay alguien que lo sepa o alguien que lo pueda pagar? No, realmente no. El tiempo no se detiene, no hay hechizos mágicos para ello, y tampoco esos inventos contemporáneos para “camuflar el paso del tiempo” sirven para nada. Nada, nada nos lo puede devolver. Ya lo dijeron siglos atrás otros mucho más capaces: tempus fugit; carpe diem (expresión que, por otra parte, me hace recordar este fragmento de El club de los poetas muertos).

Y no, el tiempo no se puede comprar. Tampoco se puede vivir otra vez lo que ya hemos vivido. Y es por todo esto que creo que el tiempo es el precio más caro que vamos a tener que pagar en la vida. Porque el tiempo tiene un valor incalculable; porque hay que aprovecharlo; porque hay que vivir cada minuto al máximo; porque hay que vivir… vivir, simplemente eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario