¡Está en llamas la costa! El sol fundió los hilos de
plata que unían a las dos torres –dos torres altas, sobre rocas de color rojizo.

Los restos de plata fundida forman un collar blanco
que va a parar a la arena: un regalo de los cielos a la tierra, que con sus
brazos de arena, abiertos siempre de par en par, acepta el collar gustosa,
mientras éste desaparece entre la arena mojada.
Me quedo mirando al cielo. Un avión pasa volando a
miles de kilómetros de altura. Su reflejo llega hasta aquí.
Parece que el cielo me ha devuelto un guiño.
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