Caminaba la imaginación por los tejados. Caminaba
para salir de las cabezas saturadas de los transeúntes. A su lado los pájaros
volaban de un lado a otro.
La imaginación caminaba por los tejados como si
caminase sobre las aguas del río Nilo. Y ahí fue a parar ella, al mismísimo
Egipto, antaño tierra de faraones.
El sol resplandecía y casi le quemaba los ojos, pero
no los cerró, los mantuvo abiertos para seguir deleitándose con la visión de
aquellas tierras.
Todo era tan distinto…
Pero una teja se desprendió del tejado y la
imaginación resbaló, cayendo al suelo. Cayeron el sol, el desierto, el río
egipcio… Todo se desvaneció en un segundo.
La imaginación recordó dónde estaba.
Pero se había sentido tan poderosa… Al igual que
Bécquer había dicho un día, había sacado de la nada un mundo. ¡Había volado
hasta un lugar muy lejano! Ella y sólo ella tenía esa capacidad, no así las
mentes de todos aquellos que cada día paseaban por las calles de la ciudad,
siempre tan concentrados en sus tareas diarias, siempre viviendo a un ritmo
frenético.
No, ella sabía que no quería estar con cualquiera. Ella
sabía que sólo unas pocas mentes eran capaces de tener en su interior una
imaginación tan poderosa que
podrían crear un mundo a partir del vacío y así escapar de la rutina, del
sistema.
Mientras la imaginación seguirá volando por paraísos
perdidos, hasta que encuentre a aquellos capaces de albergarla en su interior.
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