viernes, 11 de noviembre de 2011

Cartas literarias a una mujer

Voy a estrenar mi segunda entrada del nuevo blog hablándoos de un gran poeta, un gran hombre llamado Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). Pero no voy a dedicar toda la entrada a hablaros de su obra literaria, porque necesito más de una –y es que hablando de él puedo extenderme y extenderme. No, voy a centrarme en una obra muy breve que leí recientemente, llamada Cartas literarias a una mujer. En realidad, se trata de una recopilación de cuatro artículos escritos en forma de carta que Bécquer escribió para el periódico El Contemporáneo entre diciembre de 1860 y abril de 1861.

Los temas centrales de estas cuatro cartas son la poesía, el amor y la religión, que aparecen en este orden. Desde luego, quien guste de estos temas, tiene las Cartas como lectura bastante recomendada. Yo cuando las leí quedé fascinada, desde luego. A quien haya leído sus Rimas esta pequeña obra le va a encantar, porque están muy vinculadas y ambas obras recuerdan la una a la otra.

A continuación voy a ofreceros algunos fragmentos de las Cartas (y si hacéis click en los títulos, podréis acceder al texto completo):

Antes de ahora te lo he dicho. Yo nada sé, nada he estudiado, he leído un poco, he sentido bastante y he pensado mucho, aunque no acertaré a decir, si bien o mal. Como sólo de lo que he sentido y he pensado he de hablarte, te bastará sentir y pensar para comprenderme.

La poesía eres tú, te he dicho, porque la poesía es el sentimiento y el sentimiento es la mujer.
La poesía eres tú porque esa vaga aspiración a lo bello que la caracteriza y que es una facultad de la inteligencia en el hombre, en ti pudiera decirse que es un instinto.
La poesía eres tú porque el sentimiento que en nosotros es un fenómeno accidental y pasa como una ráfaga de aire, se halla tan íntimamente unido a tu organización especial, que constituye una parte de ti misma.
Últimamente, la poesía eres tú; porque tú eres el foco de donde parten sus rayos.




La poesía es al saber de la humanidad lo que el amor a las otras pasiones.
El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cuál más inexplicables; todo en él es ilógico; todo en él es vaguedad y absurdo.
La ambición, la envidia, la avaricia, todas las demás pasiones tienen su explicación y aún su objeto, menos la que fecundiza el sentimiento y lo alimenta.
Yo, sin embargo, la comprendo; la comprendo por medio de una revelación interna, confusa e inexplicable.







Todo el mundo siente.
Sólo a algunos seres les es dado el guardar, como un tesoro, la memoria viva de lo que han sentido.
Yo creo que éstos son los poetas. Es más, creo que únicamente por esto lo son.

Si tú supieras cómo las ideas más grandes se empequeñecen al encerrarse en el círculo de hierro de la palabra; si tú supieras qué diáfanas, qué ligeras, qué impalpables son las gasas de oro que flotan en la imaginación, al envolver esas misteriosas figuras que crea, y de las que sólo acertamos a reproducir el descarnado esqueleto; si tú supieras cuán imperceptible es el hilo de luz que ata entre sí los pensamientos más absurdos, que nadan en su caos; si tú supieras..., pero, ¿qué digo? Tú lo sabes, tú debes saberlo.
¿No has soñado nunca?
¿Al despertar te ha sido alguna vez posible referir con toda su inexplicable vaguedad y poesía lo que has soñado?
El espíritu tiene una manera de sentir y comprender especial, misteriosa, porque él es un arcano; inmenso, porque él es infinito; divina, porque su esencia es santa.
¿Cómo la palabra, cómo un idioma grosero y mezquino, insuficiente a veces para expresar las necesidades de la materia, podrá servir de digno intérprete entre dos almas?
Imposible


¿Qué es el amor? Con esta frase concluí mi carta de ayer y con ella he comenzado la de hoy. Nada me sería más fácil que resolver, con el apoyo de una autoridad, esta cuestión que yo mismo me propuse al decirte que es la fuente del sentimiento. Llenos están los libros de definiciones sobre este punto. Las hay en griego y en árabe, en chino y en latín, en copto y en ruso, qué sé yo, en todas las lenguas muertas o vivas, sabias o ignorantes que se conocen. Yo he leído algunas, y me he hecho traducir otras. Después de conocerlas casi todas, he puesto la mano sobre mi corazón, he consultado mis sentimientos y no he podido menos de repetir con Hamlet: ¡palabras, palabras, palabras!

Sí. Que poesía es y no otra cosa esa aspiración melancólica y vaga que agita tu espíritu con el deseo de una perfección imposible.
Poesía, esas lágrimas involuntarias que tiemblan un instante en tus párpados, se desprenden en silencio, ruedan, y se evaporan como un perfume.
Poesía, el gozo improviso que ilumina tus facciones con una sonrisa suave, y cuya oculta causa ignoras dónde está.
Poesías son, por último, todos esos fenómenos inexplicables que modifican el alma de la mujer cuando despierta al sentimiento y la pasión.



Mis deseos comenzaron a hervir y a levantarse en vapor de fantasías. Busqué a mi lado una mujer, una persona a quien comunicar mis sensaciones. Estaba solo. Entonces me acordé de esta verdad, que había leído en no sé qué autor: «La soledad es muy hermosa..., cuando se tiene junto alguien a quien decírselo».


Después de haber leído estos fragmentos, os animo a que leáis las cuatro Cartas en su totalidad. Os lo recomienda una fiel seguidora de Bécquer y del Romanticismo.

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