11 de febrero. 17:10h. Llego a Goya para reunirme con mi amiga Irene. Vamos a hacer cola frente al Palacio de los Deportes para el concierto de Estopa. Sorprendentemente no hay tanta gente como esperaba. Con una bolsa de patatas, un par de sandwiches y una botella de agua de 1’5L, nos ponemos detrás de una chica y nos sentamos a hacer tiempo. Frío, mucho frío. Nos volvemos a levantar al rato: se está mejor de pie que en el suelo.
El frío es insoportable, no se sienten los pies. La gente alrededor empieza a cantar según se aproxima la hora a la que abrirán las puertas, a las ocho. Conversar parece que hace olvidar mínimamente que el cuerpo se está quedando insensible (¡Vaya! Me he dejado los guantes que mejor abrigan en casa… Y quizás debería haber traído las botas forradas por dentro en vez de las zapatillas… pero, ¿a un concierto?). Tres horas esperando a que abran las puertas…
Llegan las ocho, abren las puertas y todo el mundo estalla en un grito de emoción. Ya falta menos para el concierto (aunque todavía queden dos horas). Avanzamos en la fila y nos aproximamos a una de las puertas. El revisor de los tickets que nos toca está estropeado y nuestra cola está parada mientras que en otras la gente pasa y pasa (¡Maldita sea! ¡Nos tenía que tocar a nosotras!). Al fin pasamos, no sin sentir un poco de irritación, y echamos a correr escaleras abajo hacia la pista. Y a hacer tiempo otra vez.
El Palacio de los Deportes se va llenando cada vez más por la pista y por las gradas. La gente a nuestro alrededor juega a las cartas o charla. Nosotras hemos olvidado las cartas (ni había caído en ese detalle…). Hacemos tiempo escuchando música en mi móvil (que va cuando quiere) y viendo fotos.
Faltan unos diez minutos para las diez y la gente se pone en pie. Nosotras también. Todos se echan cada vez más para adelante y se empiezan a apelotonar (odio esos momentos de agobio general). Pero los Estopa no aparecen hasta las 22:10h, cuando la melodía de Mañanitas inunda el lugar. Y todos a cantar.

Nos vamos del Palacio de los Deportes con muy buen sabor de boca. A pesar del frío que hemos pasado, la espera ha merecido la pena y mucho. Mi yo de 13-14 años por fin ha cumplido ese deseo de ver a Estopa en concierto. Ahora siento que la niña que llevo dentro y yo somos un poco más felices.